lunes, 26 de septiembre de 2011

LA CASA DE LA LOCURA


El hijo del arquitecto (Anaya & Mario Muchnik, 1992) es una novela que trata de la lucha del hombre por crear un espacio propio, por hacer más habitable el mundo, aunque sea consciente de que su vida es apenas un destello en el cosmos. Toda creación implica la búsqueda de la belleza, pero ésta no siempre surge tal como la pensamos. A veces, como dice uno de los personajes en el fragmento que recoge el vídeo, «es un filamento retorcido del alma y otras un sueño perfecto». 
Las imágenes del vídeo corresponden a El Castell, edificio situado en la urbanización Vallpineda, en la frontera entre Sitges y Sant Pere de Ribes (Barcelona). Su creador es el arquitecto Ricardo Bofill, quien, por alguna razón que ignoro, reniega de su paternidad.

lunes, 19 de septiembre de 2011

EN EL ROSTRO

        
        más vida hay

         en la hormiga que explora
         yendo y viniendo
               el rostro del hombre
         en la mosca que       insistente
         frotándose los ojos     deposita sus larvas
                            en los labios del hombre
         en el gusano que sale a rastras
         de la boca del hombre
                 ahíto el estómago de la mirada
          que vitrificó en la retina
                             los mil rostros del asesino


           hormigas           moscas          gusanos
                     pululamos en la cola cercenada
                             del gran lagarto
           mientras el viento lleva
                 el hedor de las corrupciones
                      ventila los sótanos de batalla

De Nadadores de altura (Cartografías, 2011)

domingo, 4 de septiembre de 2011

EL SUEÑO DE PI

Playa de Long Beach, Nueva York


Pi evitaba siempre viajar a las grandes ciudades. Decía que éstas hacen olvidar al hombre su medida en el mundo, mientras que el mar, la llanura y el desierto lo sitúan en la frontera de su propia finitud. Por este mismo motivo amaba la pintura de Mark Rothko. Nadie como él había pintado con tal intensidad los límites de la existencia humana.
Como albergaba la secreta esperanza de ver algún día al artista, cuando Pi se casó, a su esposa no le costó convencerlo de que el viaje de bodas fuese a Nueva York. Él sabía que cumplir su deseo era tan improbable como conocer el número de estrellas que brillan en el cielo, pero aun así cada día que pasaba de su luna de miel sin ver a Rothko se sentía frustrado. El último día, sintiendo que el agobio de la ciudad se le hacía cada vez más insoportable, Pi convino con su mujer que iría a pasear solo a Long Beach. Frente al mar caminó varios kilómetros acompañado por el sonido de las gaviotas y el batir de las olas en la playa. Atardecía y el horizonte ya fracturaba el espacio en una zona oscura y otra rojiza, cuando Pi decidió regresar al hotel. En ese momento, como una visión surgida de una vibración del aire, vio venir hacia él un hombre arrastrando una varilla.  Al pasar a su lado, el individuo levantó la vista y sus miradas se encontraron fugazmente. Luego Pi lo vio alejarse dejando tras de sí una línea en la arena. ¿Y si aquel hombre era Rothko? ¿Y si aquella línea era un horizonte trazado para él?
Esa noche, cuando cenando en el hotel su mujer le preguntó cómo le había ido, Pi comprendió que le era imposible hablar de lo sucedido.
      -          ¿En qué piensas? –insistió ella.
      -          En la marea –respondió Pi.
     De Voces del fuego